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Opina Joel del Río que Cabocla pasa sin asombros ni sobresaltos

Opina Joel del Río que Cabocla pasa sin asombros ni sobresaltos Nos engañaron cuando nos dijeron que Cabocla, la señorial y parsimoniosa telenovela brasileña producida en 2004, salida al aire en su país en el horario de las seis de la tarde (para todos los públicos), trataba sobre el amor imposible de un muchacho y una muchacha, hijos de familias rivales, al estilo de los amantes de Verona, conflicto ambientado en el campo y en un pequeño pueblo en la segunda década del siglo XX. Semejante trama no es más que otra de las múltiples, quizá demasiadas, historias sentimentales, de amor no correspondido, equivocado, y por lo regular insostenible, que presenta esta nueva versión en 167 capítulos de una novela escrita por Ribeiro Couto, llevada a la pantalla con gran éxito en 1979 (cuando se consagró en el rol titular Gloria Pires, una de las reinas de la telenovela marca O Globo) y en 1959, cuando se encargó de versionar el tema la extinta TV Río, con el protagonismo de Glauce Rocha.  Están Neco y Belinha, homólogos brasileños de Romeo y Julieta, con Montescos y Capuletos transformados en militares y hacendados antagonistas, caciques cuasi todopoderosos, terratenientes dueños de vidas, haciendas y destinos. Pero al conflicto de mediana o baja intensidad de estos jóvenes (sabemos que el buenazo de Boanerges acabará consintiendo el romance, gracias a la intervención pacificadora de la divina Emerenciana) se añaden, e incluso opacan en muchas ocasiones a los supuestos protagonistas, otras parejas separadas a lo largo de muchos capítulos por diferentes obstáculos. Brillan Luis y Zuca (es el personaje de ella quien precisamente le da nombre a esta telenovela, pues cabocla quiere decir mestiza, mulata, y además la oposición al romance es más compleja, pues existen diferencias sociales, raciales, intelectuales e interviene el destino en forma de enfermedad mortal); Tobías y Mariquinha (separados también por el odio entre las familias, por diferencias de rango, de nivel social y económico), Chico y Ritinha, Tina y Tomé... y todos ellos les roban grandes tajadas del protagonismo a Neco y Belinha, los dos malcriados y orgullosos jóvenes, herederos de los hacendados, inmersos en un conflicto alargado de modo demasiado artificioso y por momentos hasta aburrido. Mucho más llamativo resulta el triángulo Luis-Zuca-Tobías, puesto que al menos toca algunas contradicciones un tanto más cercanas a la contemporaneidad.  Tal sujeción, casi absoluta, a las estrategias narrativas clásicas, y a la tipología de personajes inherente al complejo genérico romántico-folletinesco-melodramático-telenovelero, constituye la mayor virtud y quizá el peor defecto de Cabocla. Nos quedamos decepcionados quienes aguardábamos una experiencia más intergenérica, donde el imprescindible melodrama se «refrescara» con pinceladas de farsa y humor paródico, y con reflexiones de índole histórica, cultural, social o política. Nada podemos hacer con nuestro tiempo ante la pequeña pantalla quienes esperábamos una trama imantada por otros referentes estilísticos, y superiores propuestas conceptuales, y así nos encontramos tropezando con el tedio, el rígido neoclasicismo y el espíritu puritano de una representación demasiado impasible, convencional, prefabricada con materias primas como la postal cromada, el celofán, los lazos de tul rosado, el esmalte en tonos pastel y las luces del atardecer. No hay duda de la magnificencia de los paisajes y del preciosismo bucólico, de la belleza regalada en panorámicas y planos generales sobre sabanas y colinas, del despliegue impresionante, casi alardoso, de la dirección de arte (escenografía y vestuario, sobre todo) así como de los primeros planos superfuncionales a los intérpretes jóvenes, fotogénicos, y casi todos muy talentosos. Pero todo ello se ha puesto en función de relatarnos, sin un adarme de variación, historias sosas y predecibles, relatadas sin demasiada pasión ni grandes porciones de fe en la eterna eficacia del melodrama noble e íntegro.  Un verdadero especialista del género, Benedito Ruy Barbosa (el autor de la muy exitosa Terra nostra, el mayor éxito de Globo TV Internacional en el exterior, pues alcanzó la comercialización en 84 países), supervisó la adaptación emprendida por sus hijas, Edmara y Edilene Barbosa, de la novela original. Tal vez el hecho de que dos mujeres confeccionaran mayormente el guión condiciona que los mejores personajes de la telenovela, los mejor matizados, los humanistas, tolerantes y asertivos son mujeres: Emerenciana, Belinha, Zuca, Mariquinha y otras. Los incondicionales alegarán que, por muchos elementos que se le señalen en contra, la telenovela posee virtudes como la constante alusión a las diferencias de clases y la lucha por la tierra y el progreso entre algunas de sus parejas románticas. Al igual que en los miles de obras tributarias del romanticismo decimonónico y la novela rosa del siglo XX, el valladar de las diferencias sociales suele presentarse en esta narración como recurso dramático susceptible de allanarse gracias a la voluntad de manipulación sentimental esgrimida por los autores, ya se trate del clan de los Barbosa, de Corín Tellado y José María Vargas Vila o, en un rango mucho más ilustre intelectualmente, de Cirilo Villaverde, Jorge Isaacs, Gertrudis Gómez de Avellaneda o Domingo Faustino Sarmiento.  En esta tradición entra fácilmente la telenovela que nos (mal)entretiene en la actualidad, pues aunque fue concebida, obviamente, muy a posteriori del auge romántico en Iberoamérica, resulta bien similar en forma y fondo a ciertas narraciones de esta índole. Entre las analogías con tan augusta tradición literaria y nacionalista —analogías que, por cierto, contribuyen a dignificarla como producto audiovisual enriquecido con diversos aires de familia indiscutiblemente insignes—, se cuenta sobre todo el regusto patriótico e historicista, el afán panorámico en cuanto a las clases sociales, las costumbres y las ideas de progreso social (encarnadas en los propósitos de Neco y en las bondades de Boanerges), sin descontar la actitud humanitarista más propia del realismo y el naturalismo que sobrevendrían en las artes y en la literatura.  Por supuesto que no es menos importante, aunque lo mencionemos aparte y en último lugar, el pertinente estímulo a la identidad y a la conciencia colectiva de las muy jóvenes naciones que verificaron las narraciones románticas iberoamericanas, un linaje al cual se añade Cabocla discretamente, cual parienta pobre, advenediza y de aparición bastante extemporánea, aunque debe tenerse en cuenta la infinita capacidad de la telenovela contemporánea para reconstruir y estimular el inconsciente colectivo, reforzar la memoria y la identidad nacional e insuflarles vitalidad a los discursos de la cultura popular, al tiempo que se satisfacen las demandas de la sociedades masificadas y las industrias culturales.  El lector avezado en descubrir contradicciones y entrelíneas en el texto periodístico habrá sorprendido ya una supuesta paradoja entre los párrafos inmediatamente anteriores. Si Cabocla cumple con tantos requisitos de las mejores telenovelas de tipo retro o «históricas», ¿cómo justifica el crítico los adjetivos nada halagüeños que pueden leerse, o inferirse en este comentario como aburrida, convencional, sentimentaloide, evasionista, consabida, predecible, esquemática, sin matices en el diseño de muchos personajes, e infinitamente reiterativa? Ocurre que las virtudes apuntadas, a las cuales puede añadirse la altura habitual del trabajo histriónico, la profesionalidad indiscutible de la fotografía y de los diálogos, no logra disolver el olor a romanticismo apolillado, restituido en estado casi primigenio, y por tanto vetusto, de archivo intocado, poco tentador para un espectador que muchas veces aspira a propuestas menos delicadas, quietas y puras. Recordar que la presente telenovela fue concebida para no despertar ningún tipo de turbación en el público familiar, pues antecedía en la tira de horario a la recién vista Señora del destino, que salía a las ocho de la noche por esa misma época, y que gracias a su mayor nocturnidad podía abordar temas comprometidos con la adultez, desde la exageración distanciadora, desde el delirio y los excesos.  Aunque resulte evidente que no me apasiona la telenovela de turno, y que prefería la anterior, debo reconocer que esta, al igual que algunas otras series melodramáticas de corte retro o histórico (La esclava Isaura, Doña Beija, Derecho de amar, por solo mencionar algunas) constituyen una suerte de espejo audiovisual, no necesariamente fiel, donde los brasileños pueden reconocer su pasado y confirmar su ethos de clase, además de que componen una de las variantes más eficaces, surgidas en Latinoamérica para contrarrestar la globalización universalista de los productos anglófonos.  

Cabocla pulsa una especie de reconciliación con los elementos identitarios, inmensamente plurales, de una nación cuya memoria se trasfunde en los códigos típicos de la telenovela, la más típica y extensiva de las aportaciones culturales latinoamericanas al mundo audiovisual. Y esto debo reconocerlo en acto elemental de honestidad intelectual, aunque en lo personal deba reconocer también que no soy un fan consuetudinario del folletín audiovisual, ni me entretiene demasiado esta enredada madeja de tramas y subtramas, todas expuestas desde un tono nada pasional ni fulminante, sino en un perfil muy bajo, dominado por la frialdad, la contención, y la resultona profesionalidad que ya no sorprende a nadie.

 Fuente:  Por: Joel del Río Correo: cult@jrebelde.cip.cu 23 de julio de 2007 00:00:03 GMT

Disponible en:  http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2007-07-23/cabocla-sin-asombros-ni-sobresaltos/

 

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