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Entre la esclavitud y el fanatismo

Entre la esclavitud y el fanatismo

Las telenovelas brasileñas continúan provocando un fervor parecido al fanatismo. Ocurre similar fenómeno, en el mundo entero, frente al cine norteamericano que se fabrica en serie para complacer multitudes.

Se ha demostrado que la única manera de contrarrestar tales apasionamientos conlleva el incentivo considerable a la producción audiovisual nativa, y así articular mecanismos culturales de reconocimiento eficaz de la identidad propia.

Los brasileños descubrieron y explotan exitosamente la fórmula de exaltar los valores de su nación y avenirlos a ciertos códigos genéricos de mundial aceptación. A nosotros nos quedaría la única opción de competir, dentro de las fronteras nacionales al menos, por conquistar la preferencia de nuestro público mediante el acercamiento a temas, personajes, situaciones dramáticas y conceptos artísticos intransferibles, que O Globo y Hollywood desconocen, ansiosos como están por explotar cierto ecumenismo indistinto y aséptico.

En Cuba, las complicaciones para emplear fructuosamente el tiempo libre, junto con la consolidación del equívoco respecto a que el entretenimiento debe apartarse de la reflexión, y hasta de la inteligencia, empuja a muchos espectadores a esclavizarse, más o menos conscientemente, ante la caja luminosa, inundada de gente linda, mansiones confortables, colores suculentos y conflictos que se disfrutan con la certeza de que serán resueltos de modo apacible y servicial, luego de que se emplearon centenares de horas más o menos adormecidos ante la  pequeña pantalla. Que para eso también existe la telenovela. Para generar tranquilidad, armonía, y cultivar cierto sentido de la belleza compartido por las mayorías.

La certidumbre de que todo se resolverá del mejor modo, aunque implique el imposible armisticio entre la santidad y el demonio, sostiene al televidente respirando el sensual aire campestre de Ciudad Paraíso, escrita por un autor tan experimentado como Benedito Ruy Barbosa, (Terra Nostra, El rey del ganado, Cabocla), aferrado aquí a ciertos temas que le garantizaron el éxito, pero sumergidos ahora en el esquematismo y la reiteración abrumadora.

Entre la exaltación de la inocencia en los campesinos, los prejuicios con el tema sexual, las diferencias de casta, la religiosidad dominante, los efectos del chisme y la murmuración sobre la vida privada, y el contraste entre las personas del campo y de la ciudad, el guionista enhebra una trama endeble, carente de toda lógica, pues desobedece incluso los métodos narrativos del melodrama o de la comedia de costumbres, cuyas reglas de oro prohíben el aburrimiento.

Las poco convincentes actuaciones y Nathalia Dill como la Santita y Eriberto Leão como el Hijo del Diablo, apenas escapan a la ridiculez.

Remake de una teleserie homónima realizada en 1982, la presente versión de Ciudad Paraíso es lenta, tediosa, inútil. A pesar de ciertas referencias livianas a la literatura latinoamericana de la tierra o al Macondo garciamarquiano. El juego inteligente de unos pocos intérpretes, el tono farsesco generalizado, la prolija e impresionante dirección de arte, y los gloriosos paisajes de Minas Gerais, Mato Grosso y Río de Janeiro, apenas logran reanimar una historia con levísima o nula progresión, colmada de personajes caprichosos y obcecados, o indecisos y pusilánimes, gente sin amor propio y con la autoestima bajísima (sobre todo las mujeres). En particular, Eriberto Leão y Nathalia Dill apenas escapan a la ridiculez de tratar de interpretar con cierta naturalidad al llamado Hijo del Diablo, galán quejoso y errático como pocos, y a la falsa Santita, la damita joven más llorona y pueril vista en una pantalla de televisión en muchos años.

Entre tanto desaguisado, incluso en el aspecto histriónico —las actuaciones se mueven entre la corrección sempiterna de actores tan sólidos como Carlos Vereza, Mauro Mendonça o Reginaldo Faria, y la carencia total de intención y brillo de casi todo el reparto— destaca esa notable caricatura de una fanática religiosa que es Mariana, interpretada por Cassia Kiss con pleno dominio de la exageración intencionada a través de los gestos o el rostro. Su personaje se convierte en símbolo de la pacatería, la represión y la religiosidad ofuscante, mal entendida. Mariana condena al infierno a todos los que se apartan de su estricto decálogo. Es impermeable a todo razonamiento o parecer que se aparte del exiguo espacio intelectual que ella habita. Actriz y guionista encontraron en el humor el método idóneo para burlarse de tanta patochada con aspiraciones de trascendencia.

Ciudad Paraíso muestra personajes contemporáneos que viven anclados en ideas medievales, y se comportan cual deficientes mentales precisados de terapia psiquiátrica. Y lo peor es que los hacedores de la telenovela ofenden la inteligencia de cualquier espectador, retan su paciencia, desafían sus conocimientos elementales con el equivocado, cacofónico desarrollo del principio de la reiteración que asiste a cualquier telenovela.

También repite, reitera y redunda, y se anilla sobre mí misma, , la telenovela que sale al aire cuatro veces a la semana por Canal Habana, pero resulta mucho más animada y entretenida, presenta un cuadro de personajes (héroes y malvados) mucho más atractivo, evidencia la intención de cronicar idealmente los orígenes de una nación, y tiene la ventaja de ocurrir en el siglo XIX, alrededor de 1886, cuando la inocencia y el romanticismo de lágrima y candelabro tenían mayor sentido, o al menos eso suponemos desde el pragmatismo contemporáneo. Además, estamos en presencia de superior linaje literario y de una banda sonora cuajada de nombres famosos como los de María Bethania, Dori Caymmi y Chico César.

Aunque el guion lo escribió el mismo Benedito Ruy Barbosa (tener al aire en Cuba dos telenovelas del mismo autor evidenció los trucos y lugares comunes a que suele recurrir este mago indiscutible del popular género televisivo), Niña Moza se inspira en el libro Sinhá-Moça, escrito por Maria Dezonne Pacheco Fernandes y versionado varias veces por el cine y la televisión de aquel país.

La versión que estamos viendo, de 2006, intentó repetir el éxito conquistado por la primera, en 1986, una de las telenovelas brasileñas más populares de todos los tiempos y también protagonizada por los míticos Lucelia Santos y Rubens de Falco, muy recordados mundialmente por La esclava Isaura. Las dos versiones de Niña Moza exponen la historia de amor entre una muchacha adelantada a su época (hija del coronel Ferreira, el barón de Araruna y férreo esclavista) y Rodolfo, joven abolicionista y republicano. Los protagonistas están interpretados, discretamente, por Débora Falabella y Danton Mello, quienes tratan de sostener el alto nivel impuesto por actores tan convincentes como Osmar Prado o Patricia Pillar, quienes se roban el show como los dueños de Araruna.

Primera telenovela brasileña realizada en Alta Definición, y la primera también en competir por el Premio Emmy Internacional de Televisión, Niña Moza presenta una segunda línea de personajes también atrayentes como Ana del Velo y Dimas-Rafael, Ricardo y La Baronesa, la familia de los Fuentes y la esclava Adelaida, que representan las diversas fuerzas en pugna alrededor del gran tema de la esclavitud. Y si bien es cierto que a ratos se presenta a esclavos ridiculizados, demasiado lastimeros y cobardes, o sufrientes y pasivos, porque los rebeldes, demócratas y civilizados suelen ser blancos, la telenovela puede acatarse cual testimonio idealizado, y ameno, del amor a la libertad y la conflagración entre democracia republicana y monarquía esclavista.

Es preciso apuntar que muy pocas veces debe tomarse al pie de la letra el enfoque histórico de una telenovela, pues el argumento está determinado más por la inclinación al idealismo romántico o melodramático que por el deseo de construir un testimonio histórico verista. El fin de la esclavitud en Brasil se relacionó directamente con la huida a los quilombos insumisos, y con la rebelión masiva de los afrodescendientes, porque los héroes blancos redentores de esclavos aparecen solo en los folletines creados mucho después. Pero a pesar de sus esquematismos, embellecimientos y falsedades, Niña Moza cumple cabalmente el sagrado precepto de entretener que asiste a la televisión en todas partes del mundo.

Ignoro los argumentos de quienes decidieron programarla en un canal que no llega a muchas zonas del país, mientras el horario estelar, del canal con mayor audiencia, fue ocupado por esa tedionovela que responde al nombre de Ciudad Paraíso.

 

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Fuente: Joel del Río / tomado de Juventud Rebelde
digital@juventudrebelde.cu
28 de Mayo del 2011 21:18:37 CDT

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