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Eslinda Núñez: Me gusta probarme a mí misma

Eslinda Núñez: Me gusta probarme a mí misma

Después de Lucía, Memorias del subdesarrollo, La primera carga al machete, Cecilia, Amada, Capablanca… era inevitable que Eslinda Núñez se convirtiera en Premio Nacional de Cine, noticia recibida con júbilo por un pueblo que admira con devoción a una actriz que no puede calmar a un corazón que se le quiere escapar, cada vez que la sorprende un nuevo personaje. «Mi existencia se inunda de alegría. Y es que me excita saber que me enfrentaré a una experiencia diferente, incluso aunque sean papeles “mínimos”.

«¿Cómo los escojo? A veces porque quiero trabajar con un determinado director, quien me hará andar quizá por vericuetos antes no trillados; otras lo que me atrae es la obra, y claro, en la mayoría de las ocasiones es el personaje quien me enamora», asegura esta formidable artista a quien le hubiese encantado estar en todas las películas cubanas. «Sucede que la actuación es mi vida, me gusta probarme a mí misma. Me hubiese fascinado interpretar a todas las personas que habitan este mundo».

—Eslinda, ¿es casualidad que usted esté en tres películas que se consideran grandes clásicos del cine cubano: Memorias del subdesarrollo, Lucía y La primera carga al machete?

—No creo que haya sido casualidad. En esta profesión, como en muchas otras, uno se va preparando para cuando las oportunidades se presenten, aunque la vida también te da muchas sorpresas, que a veces son regalos maravillosos, como poder participar en Lucía, la cual si bien en su momento se consideró una película importante, nunca pensamos que alcanzaría esas connotaciones que ha ido tomando con el paso del tiempo.

«Memorias del subdesarrollo la realicé justamente antes de Lucía y también me sonrió la “suerte”. Tomás Gutiérrez Alea (Titón), que me conocía de haberme visto en el Teatro Universitario y en algunas salas teatrales, me preguntó un día por qué no iba al casting, sin embargo, yo tenía mucho temor porque mi experiencia era más bien teatral. Por insistencia de varios amigos asistí al casting esperando que no me tomaran en consideración, pero Titón me sorprendió dándome el personaje de Noemí.

«La primera carga al machete quizá llegó luego de una forma más lógica, porque Manuel Octavio Gómez era un amigo de la familia, y me ofreció estar en su película coral en la cual iba a representar un personaje pequeño, pero que me dejaría una huella muy profunda... Sin embargo, te repito: si estás preparado para enfrentarte a algo, no te faltarán esas oportunidades».

—A diferencia de lo que ocurre en muchos rodajes, en el de Lucía usted comenzó la filmación por el final, por la escena más difícil, incluso sin todavía conocer a quien sería el coprotagonista...

—Para mí fue un choque muy fuerte, porque Humberto me había dicho que los primeros días rodaríamos secuencias muy simples, como los paseos de Lucía por la ciudad, de modo que me fuera metiendo en el personaje. Pero de buenas a primeras se me acercó y me informó: yo quiero filmar el final de la película hoy, estoy inspirado y tengo el permiso para estar en la morgue... Cuando lo escuché sentí un cubo de agua fría encima de mí. Me pareció algo terrible. Prácticamente no había entrado en contacto con el personaje, sabía mucho de su historia, pero aún no estaba muy segura de lo que podía hacer con él...

«Pues bien, me tuve que enfrentar al final y pienso que el gran Solás consiguió precisamente lo que quería: sorprenderme, disgustarme, sacarme de quicio... Humberto llegó a tener fama de ser un director muy complicado, pero ciertamente era un ser humano extraordinario, muy generoso, y poseía el don de convertir a sus actores en cómplices a la hora de filmar. Humberto era una especie de psicólogo y era muy habilidoso para sacarnos el máximo. Pero no era un tirano, como alegan algunos».

—No debe haberlo sido, cuando después usted participó en otros importantes proyectos suyos como Amada, Cecilia, Un día de noviembre, Wifredo Lam... ¿Quedó entre ustedes algún proyecto inconcluso?

—Quedaron muchos. Algunos que no se pudieron realizar por falta de presupuesto. Ya en los últimos años me hablaba de un proyecto en el cual había puesto muchas ilusiones y me decía: «Tú vas a ver que será nuestra gran película», mas no llegó. Humberto, que este año estaría cumpliendo 70 años, también había escrito un largometraje pensando en la notable actriz francesa Jeanne Moreau, que nunca pudo rodar. Y un día de mi cumpleaños me dijo: «El regalo que te tengo es que vas a interpretar el personaje que concebí para ella. Ahora tienes la edad justa para asumirlo», pero desgraciadamente tampoco pudo ser. Tristemente así ocurre, que muchas veces nos quedamos con sueños inconclusos. Humberto significó mucho en mi vida. Ese gran amigo, hombre cultísimo y humano, notabilísimo profesional, fue, además, una ayuda inestimable en momentos en que no me hallaba bien conmigo misma...

«Recuerdo que cuando me negué a presentarme en el casting de El jinete sin cabeza, de Vladimir Vajnshtok, porque creía que no me darían el personaje, fue Humberto quien más me apoyó, junto con mi esposo, Manuel Herrera; solo que Humberto no cejaba. Me acompañó hasta la mismísima puerta y me insistió: Tú sube y preséntate a la audición, porque yo sé que ese personaje será tuyo. Y así mismo fue. Me convertí en Isadora, un rol que quizá no resulte tan atractivo para otra actriz, pero que yo valoro muchísimo porque no solo constituyó mi primera película internacional, sino porque también me dio la posibilidad de actuar junto a grandes como Lyudmila Savelyeva, Oleg Vidov, Alejandro Lugo, Enrique Santiesteban... al tiempo que me dio a conocer mucho en no pocos países».

—Manuel Herrera la ha dirigido en No hay sábado sin sol, Capablanca, Bailando chachachá. ¿Cómo llevar el amor y lo profesional sin entrar en grandes conflictos? ¿Tuvo que someterse a algún casting para sus películas?

—No (sonríe). Manolo confiaba en mí, como confiaban Humberto, Manuel Octavio... En las películas en las que me dirigió siempre fui muy disciplinada y muy profesional. Y sí, tuvimos criterios opuestos, pero siempre llegamos a un consenso. No obstante, no es fácil trabajar con tu esposo como director (sonríe otra vez). Es que me preocupo mucho más, tanto por mis problemas como actriz como por aquellos a los que se enfrenta un director todos los días.

—Menciona mucho al teatro, que le permitió tomar parte en más de 50 puestas en escena. ¿Cómo llegó a él?

—Mira, el teatro es el inicio de todo: la semilla, pero no lo descubrí hasta bien grandecita. Después de llegar a La Habana, apoyada por amigos, me presenté con Vicente Revuelta, y el maestro me admitió en la academia de Teatro Estudio, que entonces se hallaba en Neptuno y Campanario.

«Comenzar allí, ver ese mundo, me abrió el paraíso. Cada improvisación, cada clase, me elevaba al cielo. Así empecé en pequeñas salas como Idal, Las máscaras, Talía, Prometeo, El sótano..., luego pasé al grupo La rueda, dirigido por un destacado dramaturgo, Rolando Ferrer; estuve en puestas en escena que nunca olvidaré y más tarde vino la experiencia de Teatro Estudio, que me permitió estar al lado de renombradas figuras. Entre ellas, Berta Martínez. Asimismo guardo en un lugar muy especial al Teatro Musical de La Habana. En fin, el teatro cristalizó mi carrera».

—¿Qué la decidió a involucrarse con la televisión?

—Primero debo decir que nunca he menospreciado la televisión. Y mi contacto inicial con ella fue con una obra que dirigió Pedraza Ginori, a partir de una puesta de Alfonso Arau para el Teatro Musical de La Habana. Más tarde pude intervenir en El chino, de Carlos Felipe, con el director y dramaturgo Carlos Piñeiro. Me quedé prendada. A partir de entonces aparecieron propuestas para cuentos, teatros, telenovelas, series dramáticas como La otra cara y Doble juego, bajo las órdenes de Rudy Mora, a quien admiro profundamente. Es una fiesta trabajar con él, porque se trata de un creador de búsquedas constantes, lleno de sugerencias para el actor, y eso uno lo agradece...

—Justamente con Rudy Mora acabó de filmar su ópera prima, Y sin embargo, se mueve...

—Esas son las sorpresas que le depara a uno la vida, como te decía al principio. Y sin embargo, se mueve... es una película distinta, y eso me conmueve. Rudy recreó la puesta que hiciera La Colmenita, y desarrolló los personajes a los que se refieren los niños en la obra teatral. Él los puso en función de la dramaturgia. Y a mí me tocó la Viuda Amargada, un papel que, entre otras cosas, canta a capella una canción de Silvio Rodríguez.

—El doblaje es una faceta suya que no se conoce mucho...

—Hay muchos actores a los cuales no les interesa el doblaje, pero para mí es una labor impresionante. Porque no solo le pongo voz a esa persona que veo en la pantalla, sino que trato de dar con ella lo que esa actriz consiguió con su interpretación, más lo que el director le pidió que lograra. El doblaje me ha permitido interpretar roles que quizá los directores nunca hubieran pensado para mí.

—Usted, Daisy Granados, Raquel Revuelta, Adela Legrá, Adolfo Llauradó, Sergio Corrieri..., han sido considerados los rostros del cine cubano. ¿Cabrá esa denominación para las nuevas generaciones?

—Hace algunos años daba clases de actuación a jóvenes y niños en la Escuela Taller del ICRT Carlos Moctezuma. Recientemente uno me gritó «profe, profe», y yo pensaba que lo hacía por mi papel en Doble juego. Pero era Ángel Ramírez, a quien no había visto nunca más. Entonces me dijo que era actor de Pequeño Teatro de La Habana, a pesar de que no los estábamos preparando para la actuación, sino para que el arte les enriqueciera el alma. Así me he ido encontrando a muchos. De ellos, de los que llegan ahora y de los vendrán después, surgirán muchas Daisy, Raquel, Isabel, Beatriz, Eslinda, y muchos otros Llauradó, Sergio, Mario, Albertico, y seguramente superiores a todos nosotros. Porque nuestro país está colmado de talento. Estamos llenos de arte.

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