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Yuris Nórido afirma que Páginas de la vida es más de lo mismo

Yuris Nórido afirma que Páginas de la vida es más de lo mismo

Bastante insatisfechos quedamos con Mujeres apasionadas como para repetir ahora la misma dosis. Sin ánimos de impugnar los criterios de selección de la Televisión Cubana (la mayoría de las series extranjeras que trasmite son más que dignas), nos parece que en esta oportunidad pudo haber escogido mejor. Ya era bastante arriesgado trasmitir una telenovela del mismo autor, el público agradece la alternancia de temas y estilos; pero mucho más desacertado resulta ofrecer una teleserie que, al igual que su predecesora, pretende disfrazar con aires de drama realista la más rancia superficialidad. Y para colmo, bombardeando al espectador con tramas alargadas hasta la saciedad, con escenas insulsas, con personajes incoherentes…

Páginas de la vida (Globo, 2006) es un ejemplo meridiano de esa teledramaturgia más locuaz que elocuente que ha caracterizado a su autor, Manuel Carlos. Una fórmula que no duda en abordar temas polémicos, muy serios, para después diluirlos en una trama sonsa, aburrida, sostenida a golpe de hueca peripecia. Mucho ruido, pocas nueces.

Lo que más molesta de Páginas de la vida son sus pretensiones de telenovela “seria”, cuando en realidad se trata de un desfile de frivolidades que poco o nada tendría que envidiar a folletines menos ambiciosos. El pecado no está en su vocación por lo frívolo –no todo puede ni debe ser trascendental- sino en pretender pasar gato por liebre. El tratamiento aquí de temas espinosos obedece más al morbo, al deseo de atrapar al público, que a una voluntad de debate.

El resultado: acercamientos tendenciosos, poco matizados, con mucho de moralina. Un ejemplo: el aborto. Lejos de propiciar una discusión seria y responsable sobre la legitimidad de esa práctica, el escritor se limita a pontificar: el aborto es malo porque sí, un crimen abominable. Claro que se puede defender desde una telenovela un criterio totalmente desfavorable al aborto, toda obra de creación auténtica responde a las concepciones de su autor. Pero una cosa muy distinta es prejuzgar, no dar cabida al disenso, sobre todo cuando se trata de asuntos polémicos, sobre los que no existe una sola verdad. Cuando Don Tide, el patriarca familiar, reprende a Sandra por la interrupción a la que se sometió en su adolescencia, no se limita a cuestionarla por un proceder irresponsable, de paso deja sobrentendido que el aborto es inadmisible en cualquier circunstancia. En boca de un personaje positivo, esa afirmación es casi palabra santa.

Otro ejemplo: cuando Elena, enfadada por lo que considera una grave discriminación, le cuenta a la enfermera que en la escuela creen que su hija necesita educación especial, la religiosa compara esa circunstancia con el hecho de que algunos hospitales no acepten a enfermos con VIH. O sea, para Manuel Carlos es igual de punible discriminar a enfermos con VIH que recomendar a los padres una educación especializada para sus hijos con síndrome de Down...

La moralidad de las novelas de Manuel Carlos es una mezcla de lo “políticamente correcto” y lo más rancio de un pensamiento conservador.

El mundo de las novelas de Manuel Carlos tiene límites bien establecidos: el Leblón, esa glamorosa zona residencial de Río de Janeiro. En Páginas de la vida, como en Mujeres apasionadas, los ricos casi siempre son esas criaturas magnánimas y adorables. Casi todos los villanos son pobres, o de clase media, gente que haría cualquier cosa por escalar. Si los ricos obran mal, es porque están confundidos o enfermos. Los villanos de corazón hay que buscarlos más allá de los márgenes de Copacabana.

Claro que puede haber ricos buenos y pobres malos, pero en el caso de Manuel Carlos esa suele ser la norma.

No nos aventuraremos a hacer un análisis definitivo sobre Páginas… Todavía queda mucha novela por delante. Han pasado casi cincuenta capítulos y las cosas están más o menos como al principio. Algunas de las historias todavía no han arrancado.

Lo visto basta, eso sí, para comprobar una vez más que una buena puesta en pantalla (incluso, bien convencional, como esta) puede llegar a sostener un libreto lleno de manquedades.

Y no hablamos de falta de pericia. Manuel Carlos es un autor habilidoso, que sabe llevar una historia, construir un personaje, mover una escena… Es más, esa misma pericia lo salva del abismo: con los mismos presupuestos de esta historia un escritor menos sagaz engendraría un producto mucho más inverosímil.

El problema de Páginas de la vida está en la falta de aliento, en el transcurrir irrelevante de sus capítulos… En Brasil, donde la mayoría del público que consume estos productos es de clase baja o media, Páginas… funciona como una fabulosa vitrina de la vida de la clase alta, como alentadora del consumo, pirotécnica catarsis… Ahí está, verdaderamente, la razón de ser de esas telenovelas.

Lo que pasa es que hay autores que, sin dejar de observar las sacrosantas reglas del mercado, buscan algo más, le otorgan más dignidad a sus creaciones. Manuel Carlos no suele estar dentro de ese grupo.    

Fuente:  Yuris Nórido.  Portal Cubasí

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