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Pedro de la Hoz sobre Mucho Ruido: No hubo espacio para la complacencia, pero tampoco afloró el tremendismo demoledor

Pedro de la Hoz sobre Mucho Ruido:  No hubo espacio para la complacencia, pero tampoco afloró el tremendismo demoledor

No conozco las estadísticas de audiencia de la recién finalizada miniserie Mucho ruido, que pasó por Tele Rebelde desde el último periodo vacacional hasta la pasada semana. Pero me atrevería a sugerir que en una próxima retransmisión sería bueno advertir que más que una serie para adolescentes, su destino debe ser la familia, padres y abuelos incluidos, y los maestros. Porque su contenido se asemeja, en términos de actualidad, a los propósitos de las novelas de aprendizaje.

Esto nada tiene que ver con el didactismo ramplón de ciertos programas de orientación social que se valen de representaciones dramáticas maniqueas. Si algo mereció destacarse en Mucho ruido fue la organicidad de las historias contadas y entretejidas mediante un diseño coral —la confluencia de varios personajes en un grupo y en un ámbito de convivencia común— que permitió al telespectador sumergirse en identidades y diferencias, y valorar los múltiples sentidos de una etapa definitoria en el crecimiento humano.

No hubo espacio para la complacencia, pero tampoco afloró el tremendismo demoledor con que en otras expresiones narrativas que abordan la realidad cubana de nuestros días se suele condenar el presente como una carga fatal. El aire de cotidianidad de la trama —aún cuando no se escamotearon situaciones límites como las de la madre irresponsable asumida con entereza por Silvia Águila; el padre alcohólico de Ernán Xor Oña, en cada nuevo papel más convincente; y la tensa relación entre una madrastra desbocada de Ketty de la Iglesia, un tanto caricaturesca, y su entenada—, hizo mucho más creíbles los conflictos y fue planteando interrogantes y disyuntivas a las que deben responder el joven y adulto, el que se abre al mundo y el que lo recibe instalado en este, el aprendiz y el maestro.

Tal mérito correspondió a la segura conducción de la narración televisual por parte de Mariela López, quien supo atar cabos no siempre bien balanceados en un guión prometedor tanto en cuanto a demostración de oficio como en la exposición sincera de un abanico temático que recorrió desde la sexualidad y las disfunciones familiares hasta la educación sentimental.

Otro tanto a favor se anotó su directora en la conducción de actores. Era desafiante conjugar diversos niveles de experiencia en un elenco donde a figuras establecidas como Corina Mestre y Marta del Río, y gente ya madura en el medio como Amarylis Núñez, Yasmín Gómez, Dianelis Brito, Irela Bravo y el siempre sorprendente Osvaldo Doimeadiós, por solo citar algunos de los más prominentes, se unieron jóvenes talentos, muchos de ellos sin haber terminado sus estudios. Controlar el tono de las actuaciones, atemperarlas a las exigencias dramatúrgicas, y sacar partido a sus mejores posibilidades, resultó un ejercicio mucho más loable cuando se sabe cuán precarias son las condiciones de producción.

Fuente:  Pedro de la Hoz, en Granma digital.

1 comentario

Rachel Alfonso -

esta serie es de las mejores que ha producido la tv cubana, en cuanto a gustos de los jóvenes, hace falta que ahora empiezen con esta experiencia a crear programas para nosotros, la juventud.