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Más que polvo en el viento

Más que polvo en el viento

Tele y Radio acoge el criterio del colega Yuris Nórido, aparecida en el Portal Cubasí.  Una crítica o reflexión que seguramente les parecerá acertada y profunda.  Por cierto, no está escrita con el estilo barroco y plagado de palabras de diccionario de otras valoraciones que se publicaron a raíz de la teleserie cubana recién finalizada.

Más que polvo en el viento

A Polvo en el viento, la telenovela nacional que trasmite Cubavisión, no puede escatimársele una virtud: entretiene, lo que no es poco mérito, teniendo en cuenta que ese es precisamente el principal cometido del género. El televidente es testigo de una historia con muchas peripecias, contada con suficiente agilidad y bastante “novelería”. Pero obviamente con entretener no basta. La gente busca algo más en una telenovela, aunque a veces no sepa a ciencia cierta qué.

En tiempos en que no pocos críticos, funcionarios y creadores miran con disimulado recelo al más tradicional melodrama, Polvo en el viento apuesta sin demasiados prejuicios por las añosas fórmulas del folletín televisivo, sin que signifique que el producto final cuaje como tal.

Estamos ante una de esas series de clasificación algo complicada: a la arquetípica historia de amor de la telenovela más convencional, cimentada casi siempre por una evidente suspensión de la credibilidad, Polvo… añade no pocas dosis de drama realista, pinceladas de un contexto social perfectamente identificable y que marca tremendamente los derroteros de la historia: el aquí y ahora, la Cuba de ahora mismo.

No es ni por asomo la primera serie que se plantea este esquema. Los realizadores se han visto ante el reto de matar dos pájaros de un tiro: ofrecerle a la gente su telenovela de toda la vida y de paso complacer a los muchos que piden que los dramatizados del patio reflejen con objetividad y sin medias tintas la compleja realidad nacional.

El problema es que el tiro no siempre sale bien: muchas veces el reflejo de esa realidad se sale de los moldes del género y lo que se pretendió una telenovela resulta a la postre una serie mal disfrazada de telenovela. En ocasiones, para preservar de algún modo la pureza del género, se intenta circunscribir el abordaje de asuntos más o menos candentes de la realidad a los códigos más tradicionales del folletín y el resultado es un reflejo muy superficial de esa realidad. El público, en definitiva, queda insatisfecho.

Sobre la mesa sigue el viejo debate: ¿debe, puede la telenovela ocuparse de los temas más relevantes de la sociedad? ¿Debe, puede la telenovela sumarse al debate público sobre los asuntos más peliagudos del acontecer nacional? ¿O debería ser el reservorio para las historias de amor que buena parte del público también precisa y seguirá precisando?

No nos detendremos demasiado en la polémica: nos basta con afirmar que el género tiene la potencialidad de asumir con efectividad y contundencia esos temas, siempre y cuando no constituyan el eje central de la trama. En ese caso, el producto será una serie de otra naturaleza, mejor o peor en su concepción, pero no básicamente una telenovela.

A la telenovela –al menos entendida en su más generalizada acepción- le incumben las peripecias del amor y la pasión, el triángulo amoroso, la lucha de contrarios en pos de alcanzar la realización sentimental. Lo demás es contexto, matices, motivaciones, detonantes. Si el creador está interesado en ofrecer algo más que una simple historia de amantes, deberá cuidarse de no terminar desvirtuándola.

Polvo en el viento podría ser un buen ejemplo de una relación bastante equilibrada entre melodrama y realismo, sus creadores han sorteado con bastante pericia los obstáculos; pero el talón de Aquiles es demasiado evidente: la historia principal, la del triángulo amoroso entre la doctora Keyla, David y Javier es demasiado endeble, demasiado falto de sustancia como para erigirse en guía de las demás tramas. El edificio se tambalea entonces porque el componente melodramático que debía sostenerlo se resiente por falta de profundidad y pujanza.

Demasiado reiterativa, superficial y previsible resulta esta historia de amores y desamores, ilusiones y desengaños de la protagonista, sobre todo porque su devenir parece algo errático, caprichoso. Se extraña aquí un personaje antagónico lo suficientemente fuerte como para obstaculizar el camino de esta doctora, para obligarla a plantearse una estrategia. El melodrama –el drama todo- es lucha de contrarios.

Las múltiples peripecias que Keyla, David y Javier han protagonizado no garantizan necesariamente el crecimiento de los personajes, no otorgan necesariamente un sentido interesante al devenir de ese núcleo dramático. Tampoco el contexto del triángulo, su realización más allá de la relación amorosa, reserva conflictos suficientemente fuertes para relativizar la simpleza del itinerario afectivo, a pesar de que había tela y mucha por donde cortar (la seropositividad de David, sin ir más lejos).

La consecuencia es que las tramas secundarias resultan más interesantes que la principal. La historia de Mónica y Leo, por ejemplo, atrapa mucho más al televidente porque pulsa con más fuerza los resortes dramáticos y de paso, ofrece un abordaje más complejo y franco (polémico si se quiere) de un tema candente y difícil: la corrupción. Los personajes, por demás, están mejor construidos, muchas más claras están sus motivaciones, mucho más evidentes resultan sus demonios.

El televidente puede llegar a identificarse más con estos dos personajes –aunque reconozca que no son precisamente un ejemplo para seguir- que con la doctora y sus pretendientes, que representan una visión mucho más ética y responsable. A los primeros los comprende, a los segundos no acaba de calarlos. El dinamismo de los capítulos, los golpes de efecto, los puntos de giro, la calidad indiscutible de los diálogos no han bastado para que la trama principal se enraíce.

Desde el punto de vista formal, Polvo en el viento no rebasa la calidad media de las producciones nacionales. La edición, la fotografía y la musicalización son correctas, sin especiales pretensiones, pero sin chapucerías. La puesta en pantalla cede protagonismo a la historia. A la escenografía, que no está a la altura de la de otras producciones pero tampoco por debajo de la media, la iluminación no le saca todo el provecho. Punto y aparte para un diseño de presentación insuficiente, tanto por la baja calidad de la factura como por la falta de vuelo y originalidad de la idea.

En cuanto actuaciones, son evidentes ciertos desniveles en el elenco, aunque prima la corrección. Destacables los desempeños de Jorge Martínez, que huye de la habitual caricatura en su caracterización de un personaje homosexual; Yadier Fernández, que asume con organicidad y matices un personaje que podía prestarse a la simplificación. Yori Gómez, hermosa y capaz, le otorga a Keila toda la verosimilitud que su personaje le permite. Lieter Ledesma y el debutante Rodolfo Faxas por momentos lucen demasiado externos. Arianna Álvarez y Enrique Bueno sacan partido a la pujanza de sus roles, aunque en ocasiones son demasiado enfáticos, especialmente él.

Polvo en el viento ha demostrado, en definitiva, que la telenovela puede acercarse a temas polémicos sin que necesariamente pierda su esencia. Pero también ha puesto de manifiesto la necesidad de núcleos dramáticos más convincentes, que otorguen intencionalidad a la consecución de peripecias y sustancia al triángulo amoroso. Para que al final de la historia, la telenovela sea para algo más que un simple pasatiempo, algo más que una de tantas.

Fuente: Yuris Nórido

Disponible en: http://cultura.cubasi.cu/DesktopDefault.aspx?SPK=160&CLK=209683&LK=1&CK=107496&SPKA=36

 

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