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!Oh!, La Habana, planicie actoral

!Oh!, La Habana, planicie actoral

Vuelvo sobre particularidades de los recursos expresivos de ¡Oh!, La Habana, principalmente en la progresión dramática, aspecto de discusión en la audiencia, y particularizo en un relato que, puesto en escena por Charly Medina, avanza con lentitud a pesar de que una parte de los espectadores agradece la cubanía y el gracejo de las anécdotas recreadas por la cotidianidad de la historia de Mercedes y Edgardo.

Y ahí radica el problema. Las escenas aparentan, por el cambio de locación, ser diferentes en cada capítulo, pero la situación dramática, incluso algunos bocadillos, son idénticos desde del inicio: dígase en la cama, el balcón, el centro de trabajo, la casa de la suegra y hasta en el restaurante, o el espectáculo teatral. Veremos qué reservan otros capítulos.

Mercedes no soporta ya la relación matrimonial con su marido comilón y ordinario, y se adentra en los indicios pasionales de otra relación. Eso está perfecto, y muchos dirán que identifican la situación con la vida  diaria. Pero, y quizás parezca una verdad de Perogrullo, sucede que el arte no es la realidad, sino una síntesis apropiada por el creador, tras el filtro artístico que  des(automatiza) un punto de vista sorprendente.

El  proceso de síntesis, la efectividad del guión, y por supuesto, el talento del guionista, son capitales. Esa copia, a fuerza de repetirse, se torna cansona y aletargada, y dramatúrgicamente la situación problematizada se enternece sin que aflore el conflicto, propio del relato, como aspecto medular en el melodrama y la presión del argumento.

Los subtramas también se estancan y el hilo conductor se debilita, aunque todavía aflore la sonrisa, rayana ya en el absurdo.

El  tan vapuleado asunto del trabajo de los actores se suma a lo anterior.
Todos coincidimos en que el elenco es de primera, y las caras nuevas refrescan la propuesta y hacen tener fe en que el futuro de la escena televisiva está asegurado.

Es una lástima que en un casting de esa categoría, personajes como Facundo Martiatu o el entrenador de Candelita y Tahimí, también desacrediten con su labor el quehacer de la dirección de actores y el resultado final.

Todos conocemos y admiramos a Mario Limonta (locutor, viejo verde,  enamorado de la cultura y de la vida), quien está desbordado desde el principio, al extremo de transitar desde la tipificación —propia del melodrama— hasta la caricatura cercana al astracán.
Enrique Almirante también está fuera de su personaje, y en su caso ocurre lo contrario: queda lejos de ese entrenador que quiere interpretar.

En el rol de Tahimí (Aleanys Jáuregui) no quiero profundizar. Baste decir que entre su entrega en !Oh!, La Habana y la caracterización de Cuqui La Mora, no existen diferencias, sino cambios en el  vestuario y el trabajo de la peluquera; por lo demás, gestos, poses, inflexiones vocales, intenciones, manera de desplazarse,  convocan siempre hasta Jura decir la verdad.

Ojalá que sus dicharachos de fondo marginal y perfiles kistch, no empiecen a proliferar en boca de los más pequeños de la casa.

fuente:  Eloy Montenegro Martínez 29 de Junio de 2007.  Disponible en:  http://www.vanguardia.co.cu/index.php?tpl=design/secciones/lectura/cultura.tpl.html&newsid_obj_id=11891
 

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