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Soledad (o saber hacer televisión)

Soledad (o saber hacer televisión)
En Soledad apreciamos una dirección equilibrada, a la altura de la historia y pendiente de todos los aspectos formales.

Hacía varios años que la Televisión Cubana no producía una serie dramatizada con el vuelo y la corrección de Soledad, la segunda temporada de la telenovela Bajo el mismo sol. Este viernes asistimos al último capítulo de un producto bien logrado, que marcó un salto de calidad respecto a la temporada precedente. Y no hablamos ahora de la historia de Freddy Domínguez, que en sentido general mantuvo las mismas intensidades y el compromiso de la primera temporada, sino de la puesta en pantalla de Roberto Fiallo y su equipo.

En Soledad apreciamos una dirección equilibrada, a la altura de la historia y pendiente de todos los aspectos formales. Lo más notable (teniendo en cuenta los desniveles que se aprecian en nuestra televisión) fue la calidad de la imagen misma. Uno se pregunta: ¿tuvo este grupo de realización mejor técnica que otros? Lo que sí resulta evidente es que hubo más limpieza en los encuadres y tiros de cámara, más imaginación en las composiciones, más cuidado en el balance de colores y contrastes.

La fotografía superó la funcionalidad: aquí y allá nos regaló imágenes de gran belleza; pero no de una belleza gratuita, sino perfectamente acoplada con las exigencias dramáticas. El diseño de iluminación respetó (e incluso, estableció) la naturaleza y distinción de los espacios. La escenografía fue verosímil, sin grandes alardes y perfectamente “calzada” por una ambientación sensible, siempre dialogante con las características de los personajes y sus circunstancias.

 Toda esta armonía tuvo su mayor plenitud en un set que tiene que ser uno de los más hermosos de los últimos años en la televisión: la casa del viejo Simón, llena de recovecos y ángulos, sombras y medias luces, muebles y adornos… que armaron un entramado de exquisita plasticidad.

Hablábamos de la calidad visual, pero eso no significa que los realizadores se hayan regodeado en esos elementos. No hubo aquí una vocación esteticista, que dejara la historia en un segundo plano. Aquí, primero que todo, se tuvo en cuenta a los personajes y sus itinerarios. La dirección de actores garantizó un nivel más que satisfactorio en los desempeños. Claro, hay quien brilló: Mariela Bejerano (Leslie), un prodigio de organicidad; Julio César Ramírez (Saúl), contundente en sus transiciones, en sus matices; Raúl Pomares (Simón), que actúa como si no necesitara un guión que lo sostuviera... Pero casi todo el elenco, incluyendo a los debutantes, asumió sus roles con naturalidad y convencimiento.

Todo funcionó en la puesta: la edición, la musicalización, el sonido… Y por supuesto, el libreto. Freddy Domínguez volvió a pulsar con inteligencia y honestidad la realidad del día a día. Sin morbo, pero sin complacencias. Para algunos espectadores resultaron un tanto confusos (incluso molestos) el paralelismo y la ocasional interacción de las líneas argumentales de las dos temporadas, pero es evidente que el autor delimitó muy bien los ámbitos y el espacio temporal de las historias.

Algo sí faltó: síntesis. Algunas de las tramas se extendieron demasiado sin que aparecieran nuevos elementos de conflicto. Fue el caso de la de Rudy, su madre y Simón; o la de Odalys y su esposo abusador. El escritor insistió en la acumulación, más que en la diversidad de los planteamientos.

De cualquier forma, Soledad es un ejemplo de que tan o más importante que los recursos es el talento y la capacidad para usarlos. Ojalá que marque pautas.

Este miércoles comienza la tercera y última temporada de la serie, Desarraigo, dirigida, como la primera entrega, por Jorge Alonso Padilla. En 40 capítulos, asumirán el protagonismo personajes y tramas secundarios en las dos propuestas anteriores, haciendo énfasis sobre todo en el drama de los hijos abandonados.

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TOMADO DE TRABAJADORES.

http://www.trabajadores.cu/news/20111219/256421-soledad-o-saber-hacer-television

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