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Consternación en Cuba por la muerte del maestro de periodistas Julio García Luis

Consternación en Cuba por la muerte del maestro de periodistas Julio García Luis

Hoy en Cuba, todos los medios impresos y digitales, la radio y la televisión han dedicado reportes especiales como repercusión por la lamentable noticia de la muerte, la víspera, del maestro de periodistas cubanos Julio García Luis.  Tele y Radio, como es habitual, recopila varias de esas crónicas y artículos de la prensa digital de la Isla.

El Decano

A Julio García Luis acaban de otorgarle el Premio Nacional de Periodismo y sucede, como no siempre sucede, que uno se pregunta cómo es que no se lo habían dado antes. Un día, estaríamos en segundo o tercer año de la carrera, Norland me hizo notar que el Decano (para más de una promoción de estudiantes de periodismo, Julio García Luis será siempre el Decano) no perdía jamás esa serenidad de la persona que sabe muy bien lo que hace. Le comenté que había mucho de ese sosiego y de esa suficiencia también en sus textos, por lo que llegamos a la conclusión de que el Decano se parecía mucho a lo que escribía. Pero más allá de sus competencias profesionales, de Julio García Luis puede decirse que es un hombre amable, que se hace querer y respetar sin altisonancias. Ahora lo evoco entrando al aula escandalosa, dispuesto a dictarnos su clase. Que yo recuerde, nunca tuvo que mandar a callar a nadie.

FUENTE: YURIS NÓRIDO

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¡Silencio, ha muerto Julito “el Dequi”!

Julio García Luis. Foto: Ismael Batista/Juventud Rebelde

Julio García Luis. Foto: Ismael Batista/Juventud Rebelde

Otra vez la muerte nos sorprende con su inesperado y no tan breve paso. ¿Debía sorprendernos, si hasta la filosofía popular reconoce que para morir solo se ha de estar vivo? Ah, pero eso es lo que uno quisiera para sí, y sobre todo para las personas que ama: vivir. Siempre vivir. Y sin embargo acaba de morir, así, sin que nadie pudiera sospecharlo, un periodista entrañado en el corazón de miles de colegas.

Ha muerto Julio García Luis, y como lo hubiera hecho él, periodista de ética  sin precio, de cultura transformada en sabiduría, me corresponde llenar de pronto el vacío que el cierre de esta noche, 12 de enero, pide. He dicho bien llenar el vacío noticioso. Porque permanecerá abierto el cordial y fraterno vacío de los amigos zaheridos, de los profesionales de la prensa que lamentan la partida, todavía a destiempo, en madurez discreta y sabia, de uno de nuestros paradigmas.

Hace apenas un año que Julito recibió el Premio nacional José Martí por la obra de la vida, que otorga la Unión de periodistas de Cuba. Nacido en 1942, pulsábamos en él a un periodista de múltiples capacidades. Durante muchos años fue el editorialista de Granma, cuando los editoriales, textos orientadores, explicativos, que fijaban la posición del Gobierno o del Partido, eran muy frecuentes.

Julio García habitualmente se encargaba de escribirlos, con su estilo claro, conciso y sobre todo formal y conceptualmente trabajado, de modo que poco o nada había que suprimirles o corregirles. Julito sabía que las ideas no solo convencen por su verdad, sino por la forma en que se expresan.

Sus crónicas nos trajeron por muchos años las informaciones de los viajes de Fidel al extranjero. Los lectores hallábamos un dúctil y riguroso sentido humano en sus despachos. Junto a lo que pasaba, veíamos también la descripción de las circunstancias espaciales y paisajísticas de los recorridos del líder de la Revolución.

En el futuro, los estudiantes de periodismo presentarán sus tesis de grado con la obra de Julio García Luis, además de citarlo cada vez que quieran avalar una opinión profesional. Porque el “Dequi” -así lo llamaban los alumnos en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, cuando era el decano antes de su reciente jubilación- también teorizó con certeza sobre los problemas de la técnica y las estructuras del periodismo. En su manual sobre el ejercicio de la opinión, páginas comedidas, equilibradas, aprendí a opinar, y no sentí vergüenza por contar casi su misma edad. Y sobre todo aprendí de su estímulo, cuando con la suavidad, la nobleza de su voz, se me acercó, siendo él presidente de la UPEC, y me dijo: Nunca dejes de opinar; tenemos que defender ese derecho revolucionario.

Hoy quedaré corto en mi evocación. Muchos me reprocharán no profundizar en su biografía y que no recuerde al niño campesino villareño, que se formó como maestro. ¡Maestro!, ese el mejor apelativo de Julito. Porque tenía el rostro, los modales, la paciencia de quien se entrega y halla en el servicio solidario el sentido y la justificación del vivir. Fui su amigo. Y aprendí a quererlo y respetarlo en su parquedad de palabras, en su vigilante dignidad personal, en su equilibrio político, mientras, juntos, hacíamos en el programa Hablando Claro de Radio Rebelde, o él me dirigía como profesor en la Facultad.

En noviembre de 2011 Santiago Cardosa y yo compartimos con Julito la habitación durante el encuentro nacional de cronistas, en Cienfuegos. En ese evento sobresalía entre todos nosotros. Era doctor en ciencias de la comunicación. Pero quién podía llamarlo por título tan solemne. Su simpatía, su decoro, su sinceridad exigían el diminutivo, Julito, lleno de fervor.

En la universidad, si en la nómina y el rango académico era el decano, para los estudiantes era el “Dequi”; el “Dequi de la puerta constantemente abierta; el “Dequi” incapaz de una acción rastrera, de un silencio cómplice. Era -ah, qué dura palabra-, era el decano de la bondad y la pulcritud.

Se ha ido uno de los buenos. Bajemos la cabeza.

(Tomado de Cubahora) FUENTE: LUIS SEXTO

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Julito el periodista o mi llamada telefónica pendiente

Todos los años repaso mi libreta de teléfonos en los días finales del año y me regalo la satisfacción de sorprender con una llamada de felicitación a las personas con las cuales a veces no hablo o les veo durante meses. Entre esas amistades de roce esporádico, pero siempre presente, nunca faltaba Julito, pero este 31 de diciembre no pude comunicarme con él, y ahora ya no podré hacerlo más. 

La noticia de la muerte repentina de Julio García Luis me conmina a dar testimonio de cuánto afecto y simpatía, sin estridencias ni alardes inmodestos, mereció este colega a quien conocí cuando yo era apenas un mozalbete soñador que comenzaba a estudiar periodismo, mientras ya él era nada más y nada menos que el presidente de la Unión de Periodistas de Cuba.

Julito mantenía en aquella época una relación muy estrecha con la Facultad de Periodismo, y todavía recuerdo cómo todos los estudiantes queríamos merecer aquella máquina de escribir rusa que la UPEC destinaba para premiar al ganador del concurso periodístico durante las jornadas científicas, artefacto que a finales de los 80 a nosotros nos parecía una maravilla tecnológica.

Después de graduarme tuve el privilegio de compartir con Julito como colega, cuando él llegó a Trabajadores como simple periodista, luego de que lo liberaran de la presidencia de la UPEC, a pesar —si no recuerdo mal— de obtener  una de las mayores votaciones —o la mayor— para el Comité Nacional de esa organización, en las elecciones a lo largo de todo el país.

Pero Julio siempre fue capaz de cumplir su deber sencilla y modestamente. En Trabajadores hizo historia en el periodismo cubano, con su serie de crónicas y comentarios a propósito de aquel amplio proceso de consultas populares que precedió a la reforma económica de los 90 y que recibió el nombre de Parlamentos obreros.

Todavía hoy en la redacción de nuestro semanario solemos mencionar aquellos trabajos periodísticos de Julito, como ejemplo de sensibilidad, enfoque polémico y un estilo propio que dotaba de belleza literaria algo tan árido como una asamblea.

De sus años más recientes, como decano de la Facultad de Comunicación, seguramente podrán hablar con mucha mayor propiedad sus alumnos y los profesores que le acompañaron en ese extenso periodo. Para mí, su arribo a la vieja casona de G significó hacer las paces con aquella institución de la cual me distancié durante bastante tiempo, casi desde mi graduación o incluso antes, y a donde solo volví a entrar —literalmente fue así— cuando supe que él estaba a cargo.

Desde fuera, y sin tener todos los elementos de juicio, tengo la impresión de que Julito retomó la extraña cualidad de una inusual escuela de decanos de periodismo —como lo fue Magali García Moré en su tiempo— que sentían mucho más compromiso y empatía con sus estudiantes, que con las usuales exigencias burocráticas de los niveles superiores.

Con la puerta de su oficina casi siempre abierta, aparentemente en calma incluso ante la situación más tensa, combinó su conocimiento práctico del periodismo con el rigor científico de la academia, y la valentía del revolucionario incómodo que —en mi criterio— siempre supo ser.

De hecho, su tesis de doctorado resulta una referencia obligatoria para cualquiera de nosotros, los periodistas cubanos, cuando tratamos de explicar los problemas existentes en nuestra prensa, en su relación con el Estado y el Partido. El Premio Nacional de Periodismo José Martí que le confirió la UPEC el pasado 2011, justo en el momento de su jubilación, fue un acto de justicia que nuestro fiel y vapuleado gremio aplaudió casi seguramente por unanimidad.

Cada diciembre al teléfono, Julito y yo intercambiábamos un breve y reposado saludo y nos deseábamos los respectivos parabienes —con cariño, aunque hasta casi como una formalidad o rutina que uno piensa que podrá repetir una y otra vez—, sin que nunca me atreviera a decirle ninguna de estas razones tan íntimas y cálidas que me hicieron quererlo y admirarlo tanto. Y eso es lo que más me entristece, que este año no insistí lo suficiente y me quedé, para siempre, sin poder felicitarlo.

FUENTE: PAQUITO RODRIGUEZ CRUZ

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