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Tele y Radio

En la TV: Cultura frente a frivolidad

En la TV:  Cultura frente a frivolidad

Por Paquita Armas Fonseca

 

Con Puertas, un telefilme en el que se arriesgó con propuestas nada convencionales, Magda Gonzalez Grau ganó el Gran Premio del Segundo Festival de la Televisión. Esta obra mereció numerosos reconocimientos tanto en ese certamen como en el Festival Caracol de la UNEAC. Y aunque no siempre los premios se corresponden proporcionalmente a la calidad, en el caso  de Magda, sí ha podido disfrutar de merecidos lauros a su vasta trayectoria. Es muy difícil olvidar, por ejemplo, su excelente teleteatro Clase magistral, con el que arrasó en el Caracol.

 

Esposa y madre de artistas,  con lo que significa en la sociedad cubana hoy ser mujer, Magda desde hace unos dos años asumió la dirección de dramatizados de la televisión cubana. Mucho sacrifica de su obra personal en esa tarea que ha asumido con el mismo amor y pasión que uno de sus teleplays: “Si un programa de la División alcanza buena calidad, y además, gusta al público, yo me siento tan feliz como si yo fuera su directora”, afirma.

 

—¿Qué te hizo acercarte a la televisión?

 

—La casualidad. Se suponía que yo iba a ser maestra. De hecho,  desde el sexto grado yo quería irme para Minas del Frío en aquel Plan Emergente para formar maestros. Pero mi mamá me convenció de que debía estudiar primero para luego enseñar mejor. Cuando entro en la carrera de Filología, yo estaba segura de que me iba a quedar dando clases en la Facultad, o por lo menos haría todo lo posible para ello, pero no pudo ser.  Cinco meses después de graduada, una amiga me habla del Departamento de Subtitulaje de la Televisión Cubana, me dice que andaban buscando gente que tuviera buena ortografía y nivel cultural, y las dos entramos a trabajar en el ICRT . Hasta ese momento mi única vinculación con la televisión había consistido en ser una televidente furibunda.

 

—¿Qué te aportó trabajar y dirigir en el doblaje de numerosos programas?

 

—Mucho. Primero, mi formación era estrictamente literaria y  lingüística, y ahora tenía que familiarizarme con el cine por dentro, porque Doblaje pertenecía a los Estudios Cinematográficos del ICRT. Tuve que pasar un curso en el ICAIC para poder ingresar en el sector artístico y mis profesores fueron Fernando Pérez, Miriam Talavera, Ambrosio Fornet, Miriam Lezcano, Nicolás Dorr y otros altos especialistas. Conocí lo que era una moviola, la diferencia entre 16 y 35 milímetros, leí libros de Historia del Cine, de Montaje, de Guión y Dramaturgia. Tuve credencial para el Primer Festival de Cine de la Habana. Sufrí lo que se llama, técnicamente, una reorientación profesional.

 

Contrario a lo que mucha gente piensa, el Doblaje es un trabajo muy creativo. Aún hoy, me encanta hacerlo cada vez que puedo.  Pero ¿sabes qué?. Una de las cosas más importantes que aprendí en esos años fue a ser rigurosa, disciplinada y responsable con mi trabajo. Eso lo asimilé de Jorge González Zangróniz, de quien digo siempre que es el mejor jefe del mundo y todavía dirige ese Departamento.

 

—¿Qué y cuándo dirigiste por primera vez?

 

—En 1990, Gloria Torres y yo estábamos en la Asociación Hermanos Saíz, y un día me habla de irnos a la Isla de la Juventud tras el rastro del origen del sucu sucu. A mí me gusta la música, pero no tengo ninguna formación académica como la tiene Gloria, que es musicóloga, pero aquello sonaba a aventura, a misterio, y su entusiasmo era tan pegajoso y contaminante que, sin darme cuenta, de pronto, me vi montada en un avión rumbo a la Isla del Tesoro.

 

Allí hurgamos en cada rincón donde hubiera un caimanero o un jamaicano, quienes nos hablaban del round dance como el antecesor directo del ritmo pinero. En ese deambular, encontramos a una caimanera, quien después de 61 años en Cuba, apenas sabía hablar español: Silvia Baker. Llegamos a su casa buscando una victrola antiquísima de la que nos había hablado Julio Acanda. Ella nos puso su disco preferido, y en medio del estribillo empezó a cantar con un sentimiento tan especial que nos impresionó. Cuando acabó la canción, nos contó su historia de amor y de ahí surgió Querido y viejo amigo, un documental de 8 minutos que nos dio a Gloria y a mí un premio “Chicuelo” que era el premio de la muestra de la Asociación, un Caracol especial, mi primero, y un premio internacional en el Festival Tam Tam Video, de Pisa, Italia, que eran nada menos que $1200 dólares en pleno Período Especial. Eso fue lo primero que dirigí. Después vino Te quedarás con Charlie Medina y Gloria, y después mi prueba de fuego: El año que viene, junto a Rafael Cheíto González, Yaki Ortega y Héctor Quintero.

 

—¿Prefieres trabajar con un guionista o escribir tú los programas que realizarás?

 

Me gusta escribir, pero soy mala para crear historias. Prefiero recibir un guión y trabajar sobre él. No soy una directora pasiva, que asume todo lo que el guionista propone, pero al mismo tiempo soy muy respetuosa del trabajo del escritor y no temo intercambiar con él todo el tiempo. Hay directores que no quieren a los escritores ni a un kilómetro de ellos cuando empieza el trabajo de realización. Yo soy todo lo contrario. Me gusta tener al escritor conmigo y consultarle lo que voy decidiendo, a veces hasta para polemizar, porque estoy convencida de que la polémica enriquece el trabajo. A veces los convenzo de los cambios y otras veces me convencen de mantener lo que está escrito. Así lo he hecho con Wicho García y Elena Palacios, y creo que nos salió bien. Lo único que adapté yo misma fue Clase Magistral, porque era una obra que me sabía bien y requería conocimientos sobre la ópera, que de todas formas yo tenía que adquirir para poder dirigir la obra.

 

—¿Te ha interesado hacer cine?

 

—Como ya te conté, empecé mi carrera profesional muy vinculada al cine. En los Estudios Cinematográficos se hacían cortos de ficción y documentales. Fui asistente de dirección en un documental de Norma Heras León sobre el Museo de Artes Decorativas y el documental Querido y viejo amigo fue filmado en 16 mm. De hecho, por esos años pasé un curso de asistente de dirección cinematográfico, de donde se iban a seleccionar los diez mejores expedientes para que empezaran a trabajar en el ICAIC. Fui seleccionada, pero se demoraron los trámites y cuando Gloria María Cossío, la Jefa de Recursos Humanos del ICAIC en ese entonces, me llamó para que me incorporara a trabajar, yo tenía dos días de parida y mis expectativas eran diferentes. A veces pienso en qué habría pasado conmigo si me hubiera ido para el ICAIC, pero nunca me he arrepentido y de alguna forma he tratado de llevar a mi trabajo en la televisión, lo que más admiro del trabajo en el cine, que es el profesionalismo y el rigor.

 

—¿Es cierto que cada vez se acercan más cine y televisión?

 

Este asunto encuentra posiciones absolutas de uno y otro lado. Los puristas dicen que no y los más abiertos dicen que sí. Yo creo que siempre va a haber una diferencia de lenguajes, pero dependiendo del tipo de programas. Un Noticiero diario, conste que no hablo del legendario Noticiero de Santiago Alvarez, va a ser siempre televisión, mientras que un documental, un unitario dramatizado, hasta un musical, puede acercarse cada vez más a un lenguaje cinematográfico. Esto es consecuencia de la homogeneización de las técnicas audiovisuales y de una voluntad de realización que busca la mayor calidad en este tipo de producciones. De hecho, realizadores de cine como Kike Alvarez, Livio Delgado, Pepe Riera, Raúl Rodríguez y otros ya están trabajando en la televisión, y  Alejandro Gil y Ernesto Daranas, directores de la televisión, están haciendo sus primeras películas en el ICAIC.

 

—¿Qué han significado y significan los programas dramatizados unitarios para la TV?

 

—Mucho se ha hablado de eso en estos meses, porque hay quien considera que los unitarios se han convertido en la vanguardia del audiovisual en lo que se refiere a contar historias. Yo siempre digo que en la televisión tenemos la ventaja de que producimos con el dinero de Liborio y no con el de un coproductor extranjero. Eso nos da una libertad tremenda, lejos de lo que pudiera suponerse en una televisión estatal. En esos espacios, los creadores proponen sus guiones, escogen sus elencos, forman sus equipos de realización, desarrollan sus estéticas personales y la única condicionante es que al final sean productos de calidad. Esto y la posibilidad de hacer algo todos los años, es muy positivo para el desarrollo de los directores, porque el audiovisual es un oficio como cualquier otro y se perfecciona haciendo cosas.

 

—¿Son útiles los Grupos de Creación?

 

—Claro que sí. Si hoy podemos hablar de calidad en los programas dramatizados unitarios, se lo debemos al trabajo de los Grupos, que cada semana analizan guiones junto con los asesores de la División, y discuten los temas inherentes a la realización audiovisual. Es cierto que esta experiencia no ha funcionado en todos los espacios ni en todas las Divisiones, pero sí ha ayudado a crear una mentalidad diferente ante el análisis y la crítica en la Televisión, lo cual es fundamental para salir adelante.

 

—¿Existe hoy un ambiente más artístico en la televisión?

 

—Yo lo creo. La formación de los Grupos de Creación, la discusión en los Eventos Teóricos de los Festivales, hace que los directores que, antes, creaban y reflexionaban un poco en solitario, acertando o equivocándose, puedan discutir sobre sus proyectos, sobre las políticas institucionales y sobre cuestiones artísticas, lo cual, sin dudas, los fortalece y enriquece.

 

Creo también que hay una voluntad institucional de hacer que nuestros programas tengan más nivel artístico, y eso sólo se logra en un ambiente más cultural. La Vicepresidencia Creativa, en la persona de Daniel Diez, ha establecido políticas para garantizar que los mejores creadores del país tengan entrada en la Televisión, si les interesa venir a trabajar y aportar su talento. Todo eso ha ayudado.

 

—¿Qué esperas de la crítica?

 

—El Che Guevara, gran promotor de la crítica como ejercicio cotidiano, no concebía ningún proceso verdaderamente revolucionario sin la existencia de un espíritu crítico y autocrítico. Esto ha sido muy traído y llevado y se convirtió en un punto más en las planillas de evaluación y en el orden del día de algunas reuniones. Creo que hay que rescatar la esencia de este pensamiento en todos los frentes de nuestra sociedad; pero en el arte, el que no haya crítica, implica un grave peligro, por el carácter altamente subjetivo de los procesos de creación.

 

El artista necesita de una contrapartida constante, porque se involucra tanto en lo que hace, intelectual y emocionalmente, que pierde la noción de lo que está bien y de lo que está mal.

 

En la televisión, si queremos mejorar la calidad de nuestros programas, tenemos que abrir espacios a la crítica, pues por muchos esfuerzos que hagan nuestros amigos de la prensa plana, siempre va a haber más temas culturales que espacio físico para poder dedicarlo a nosotros.

 

De ahí “La Columna”. Hacía rato que yo estaba abogando por tener un espacio, que funcionara como lo que sucede con la prensa y los estrenos de teatro en las grandes capitales. Por eso yo digo que “la Columna” me cayó del cielo, pues  Rufo Caballero es un especialista que, estés de acuerdo o no con él, tienes que reconocer que sabe de lo que está hablando, y esa preparación le da herramientas para poder ser valiente y profundo en sus análisis.

 

—¿Además del tema de los recursos, con qué obstáculos se enfrentan los realizadores, para poder hacer buena televisión?

 

—Efectivamente, a veces no es el dinero o los recursos lo que hace imposible un proyecto. A veces son otros los factores, los que obstaculizan dar a nuestros televidentes lo que sabemos desean. Por ejemplo, yo he tenido muchos problemas para poder llevar ciertas temáticas, que los televidentes piden, a los dramatizados.

 

Todos sabemos la fuerza que tiene este género, que se basa en las emociones, para lograr la identificación con los espectadores. Un día, en un Consejo Consultivo, Abel Prieto dijo que “Hollywood había hecho mucho más a favor del capitalismo, que la CNN”. Y es así, sin dudas.

 

Por lo tanto, yo considero una necesidad social, política e ideológica, tratar en los programas dramatizados algunos temas que nuestra sociedad está enfrentando, pues sabemos que el mensaje va a ser más poderoso.

 

Bueno, pero entonces resulta que si estos problemas atañen a alguna institución, como por ejemplo, una escuela, o un hospital, entonces aparece una susceptibilidad tan grande, como si la intención del programa fuera el criticar todo nuestro sistema educacional o de salud, y no una situación puntual que sabemos se puede presentar en la vida real.

 

Con el tema de la diversidad pasa otro tanto. Es cierto que nuestro sociedad ha desarrollado las posibilidades para que todos seamos iguales, pero sólo en cuanto a derechos y deberes. Por suerte, nuestra realidad es variopinta y diversa como pocas. Más, cuando intentas abordar la problemática de algunos grupos minoritarios como los homosexuales, los marginales, los corruptos de cuello y corbata, etc., te encuentras con una resistencia sorda, que es causada por la subjetividad de personas que a veces están en puestos claves, y que no tiene nada que ver con políticas ni censuras oficiales.

 

Mi experiencia personal en estos avatares ha sido muy positiva. Cuando hay un tema en algún proyecto interesante, que sé que puede traer oposición o alguna suspicacia, me documento, me asesoro y me convenzo de que es bueno para la televisión y para la responsabilidad ideológica que tiene esta. Puedo decir que hasta ahora, aunque hemos tenido resistencia de algunas instituciones para tratar algunos temas, hemos logrado persuadirlos, a través del diálogo, de que tenemos los mismos objetivos: formar y rescatar valores éticos. Y al final, hemos ganado la batalla.

 

Por otro lado, existe una resistencia natural en algunos grupos de televidentes a tratar los problemas de nuestra sociedad en la pequeña pantalla. Ahora mismo, con La cara oculta de la Luna, he recibido criterios sobre la crudeza de los temas y he tenido que responder cartas y llamadas telefónicas con inquietudes sobre lo educativo o conveniente de presentar estos temas en el espacio de la telenovela. Es decir, hace rato que tenemos el reclamo de la población de que abordemos la realidad, pero cuando la abordamos, aparece el susto, y es lógico, porque no es lo acostumbrado.

 

— ¿Está  cerca o lejos  la TV cubana de ser siempre una propuesta cultural?

 

—Ojalá pudiera decirte que estamos cerca de eso, pero aunque, yo por principio, soy optimista, también soy realista, y me duele mucho tener que aceptar que, por desgracia, no todos los escritores, ni directores, ni realizadores que trabajan en la televisión, están conscientes de esta necesidad, y por lo tanto no hacen nada por mejorar ni su nivel cultural, ni su preparación, y la mayoría de las veces subordinan el rigor artístico con que debieran enfrentar sus obras, a la inmediatez del medio y a las dificultades financieras y de recursos con las que trabajamos.

 

Sí podría decirte que la voluntad de elevar la calidad cultural de nuestra televisión está presente en sus principales directivos, aunque no en todos, y que existen directores que se respetan y prefieren no hacer nada antes que hacer una obra que no tenga calidad. Eso ya es algo, ¿no te parece?.

 

—Algunas personas sostienen que la frivolidad señorea en la pequeña pantalla, ¿qué piensas tu?

 

En estos días en que el tema está de moda, le escuché a Rufo Caballero una reflexión muy interesante. Rufo decía que la Revolución Cubana tenía ante sí un gran reto, surgido de la convivencia de un sistema socialista con algunas formas de mercado capitalistas. Esto, sin dudas, también tiene sus consecuencias en el terreno de la subjetividad.

 

Está claro que la época de las botas cañeras, las camisas de mezclilla gris y la colonia Fiesta ya pasó, pero aún nos falta definir si nos vamos a vestir con Armani, nos vamos a perfumar con Christian Dior, o vamos a vivir ajenos a las leyes del consumismo.

 

En la Televisión pasa algo así. A raíz de lo que sucedió en “El expreso”, yo pensaba que, si bien siempre se ha aceptado que la televisión debe tener una dosis de frivolidad, nadie ha decidido cuántos cc debe tener esa dosis, y eso trae como consecuencia que cada director asuma la dosis que él entiende debe tener su programa.

 

Como no nos hemos sentado a reflexionar sobre el tema, para buscar un equilibrio justo y hacer una televisión entretenida, atractiva, pero que deje en nuestros consumidores mensajes que nos interesan como sistema ideológico, nos vamos a los extremos y entonces hacemos programas “ladrillosos”, o tratando de huir de eso, buscando audiencia y aceptación, asumimos códigos que no siempre responden a los valores que hemos enarbolado en esta sociedad.

 

Mi abuela decía que “todo lo que sucede, conviene” y como yo soy una mujer muy optimista, creo que esto de “El expreso” nos va a servir para establecer líneas de acción más coherentes sobre el tema, pero sobre todo para acabar de entender que mientras más cultos seamos los que trabajamos en la televisión, mejor podremos enfrentar los retos ideológicos a los que nos enfrenta la globalización en los medios.

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