Palabras de Ricardo Alarcón de Quesada en la presentación del libro Los Héroes Prohibidos en la UNEAC, Julio 13 de 2011
Agradezco a Miguel Barnet, Aitana Alberti, Alex Pausides y a todos los que realizaron esta nueva edición de “Los Héroes Prohibidos” y a todos los que nos acompañan esta tarde. Quisiera dar las razones que me llevaron a escribirlo y son probablemente su única justificación.
La parte más extensa de este pequeño libro es la traducción a nuestro idioma de 16 artículos que aparecieron en la revista CounterPunch en una serie subtitulada “The Untold Story of the Cuban Five” (La Historia no contada de los Cinco Cubanos, que fue publicada también íntegramente en Cubadebate). Carecen de méritos literarios y tampoco intentan analizar a fondo, con rigor técnico-jurídico, un enmarañado proceso judicial que además de profundamente arbitrario fue, en su momento, el más prolongado de la historia norteamericana. Se trata más bien de lo que algunos han llamado periodismo de urgencia. Les digo cómo sucedió.
Viví mucho tiempo en New York donde conservo no pocos amigos, incluyendo los que sostienen la importante publicación alternativa ya mencionada. Dialogando con ellos comprobamos lo obvio, que allá casi nadie sabe algo de este caso y la necesidad imperiosa de que esta historia fuera expuesta y en un lenguaje comprensible para el público.
Aunque soy miembro de la UNEAC, por obra y gracia de vuestra generosidad, no puedo considerarme un escritor y mucho menos bilingüe, pero accedí a cumplir el difícil encargo porque, sencillamente, pensé - o más exactamente, pensamos, con Jeffrey St.Clair y Alexander Cockburn - que era mi deber. No fui a la playa en el verano de 2009, pero créanme que pasé unas vacaciones inolvidables braceando en un mar de documentos legales y bregando con la lengua de Shakespeare.
Ustedes juzgarán el resultado que es también un hermoso acto solidario del Festival Internacional de Poesía de la Habana, de la Colección Sur y de la Unión de escritores y Artistas de Cuba.
Pero no nos engañemos. La historia de los Cinco sigue siendo una historia no contada. De ella, nada o casi nada sabe la inmensa mayoría de los norteamericanos ¿Qué más podemos hacer? Si me permiten repetir el inapelable reclamo de los niños de La Colmenita.
Porque el tiempo pasa y pronto serán trece años desde que Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René fueron secuestrados. Una tras otra se han ido agotando las posibilidades de devolverles la libertad por la vía de los tribunales, donde sólo les queda ya un último recurso, el procedimiento extraordinario o Habeas Corpus. Para liberarlos sería indispensable movilizar a mucha gente, a ese “jurado de millones” del que ha hablado Gerardo y esa meta está lejos aún, muy lejos. No la alcanzaremos formulando buenos deseos, ni repitiendo consignas, ni con una propaganda a menudo autocomplaciente que predica a los conversos y convierte en rito lo que tiene que ser, ante todo, una obra de amor.
La total inocencia de nuestros compañeros consta en documentos oficiales del gobierno y de tribunales norteamericanos. Pero eso poco importa. Porque los documentos demuestran que ellos no cometieron crimen alguno, el Imperio ha ordenado que esas pruebas sean sepultadas y sobre ellas ejerce una censura total. Las grandes corporaciones mediáticas, esas a las que Chomsky definió, con una palabra, “disciplinadas”, las ignoran siempre, sistemáticamente, sin excepción.
Que esos medios actúen así, que cumplan sus instrucciones con obediencia, es natural, comprensible. Pero no son ellos los únicos que practican un silencio indecoroso. La verdad es siempre revolucionaria y por eso hay que decir que ese silencio va mucho más allá, se extiende hasta muchos de los llamados medios alternativos y llega también a algunos que se interesan, sin embargo, por la suerte de “Los cinco héroes prisioneros del Imperio” como suelen reiterar.
Entonces ¿qué hacer?
En el juicio de Nuremberg un fiscal señaló que los que estaban entonces en el banquillo de los acusados no eran los únicos culpables. También lo eran quienes no los denunciaron, los que sabían y callaron.
Por lo pronto excúsenme que vuelva a mostrar este documento. Es de la Fiscalía General de Estados Unidos, fechado mayo 30 de 2001, cuando el juicio de Miami se acercaba a la hora del veredicto. Se titula “Petición de Emergencia”. Y ¿qué pidieron aquí? Que se detuviera el juicio y fuese modificada la acusación principal contra Gerardo porque “a la luz de las pruebas presentadas” era imposible sostenerla y conduciría probablemente a la absolución de nuestro compañero en el cargo más grave formulado contra él, “conspiración para cometer asesinato en primer grado”.
Pero este documento, que es el reconocimiento explícito, solemne, del fracaso de la calumniosa acusación, cumple ya más de diez años de total ocultamiento. Y hay algo más que prueba su inocencia.
Recordemos que la infamia contra Gerardo se fundaba en algo con lo que él no tuvo absolutamente nada que ver, el lamentable incidente del 24 de febrero de 1996 y el derribo en aguas cubanas de dos avionetas pertenecientes a un grupo terrorista que muchas veces había violado nuestro espacio soberano. Según los radares cubanos el hecho ocurrió aquí, muy cerca del Malecón habanero; los radares norteamericanos ofrecían datos contradictorios o confusos, en consecuencia, la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), que investigaba el suceso, solicitó al gobierno de Estados Unidos las imágenes tomadas por los satélites norteamericanos. Washington se negó a entregar esas imágenes hace quince años, se negó a la misma petición durante el juicio de Miami y se niega nuevamente ahora cuando lo reclama otra vez la defensa de Gerardo. Ha podido hacerlo sin molestia alguna porque su sospechosa conducta no ha trascendido al público pues de ese asunto nada dicen quienes supuestamente se dedican a informar.
Escasa repercusión ha tenido también el descubrimiento en 2006 de que los medios locales de Miami, los que amenazaron al tribunal y crearon un ambiente de odio y hostilidad contra los acusados, cumplían esa sucia labor con financiamiento del gobierno federal. Hace cinco años que Washington se resiste a revelar todo el alcance de esta conspiración y puede hacerlo gracias a la complicidad o la torpeza de otros “informadores”.
Hace ya más de un siglo alguien muy autorizado puso el dedo en la llaga. Me refiero a John Swinton que fue durante un largo período redactor jefe de The New York Times. Escuchémosle: “Si publicara mis opiniones honestas en mi periódico antes de veinticuatro horas quedaría sin empleo. El oficio de los periodistas es destruir la verdad, mentir abiertamente, pervertir, difamar, adular a los pies del dios dinero… Ustedes lo saben y yo lo sé… Somos los instrumentos y los vasallos de los hombres ricos que mandan tras el escenario. Somos las marionetas, ellos mueven los hilos y nosotros bailamos. Nuestros talentos, nuestras posibilidades y nuestras vidas son la propiedad de otros hombres. Somos prostitutos intelectuales.”
En el tiempo transcurrido desde que Swinton hiciera su memorable denuncia la situación ha evolucionado en un sentido aún más desfavorable para la libertad. Los dueños de antaño se fusionan hoy en grandes conglomerados que poseen no solo publicaciones impresas, sino también la televisión, las agencias cablegráficas y otros medios de comunicación y la llamada industria cultural. Son colosales corporaciones que determinan lo que la gente puede conocer, manipulan su capacidad de pensar y sentir, embrutecen y promueven la banalidad, el egoísmo y el aislamiento entre los seres humanos. Son ellos los que diseminan las noticias o las hacen desaparecer. Es una verdadera dictadura global que penetra por todas partes muchas veces sin ser advertida.
Es duro el desafío para quienes intentan ser la conciencia crítica en la sociedad contemporánea. Es grande la responsabilidad de los intelectuales, entre ellos, los periodistas.
Sólo escapando de las redes de la tiranía mediática, buscando fuera del menú “informativo” que nos impone, podremos acceder a la verdad y alcanzar la cualidad del revolucionario, la de “seres pensantes no seres conducidos”, para usar la definición de Julio Antonio Mella. Sólo si además somos capaces de ayudar a otros a emanciparse del nuevo yugo y unirnos y articular tantos esfuerzos dispersos estaríamos cumpliendo nuestro deber para con los Cinco hermanos. Sé que es difícil, pero vale la pena. Después de todo, ellos dieron sus vidas por nosotros.
Palabras en la presentación del libro ”Los Héroes Prohibidos” en la UNEAC, Julio 13 de 2011
TOMADO DE CUBADEBATE
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