Desarraigo, abandono y vista final: Joel del Río comenta la telenovela cubana
Aquí el tono es más sosegado, en sordina, y sin desatender los requerimientos inherentes al dramatizado cubano en horario estelar, ubicado dentro de ciertas tradiciones y parámetros, la teleserie ha establecido los conflictos de otras varias familias en el mismo barrio donde transcurrieron las anteriores entregas.
En acápites como la dirección, la edición, y sobre todo el guión y las actuaciones, la teleserie parece signada por el deseo de atrapar fragmentos de nuestro día a día, de las conversaciones íntimas y los conflictos de alcoba, filiales, afectivos de gente muy parecida a tantos otros que el espectador conoce y puede identificar.
Solo la fotografía y la escenografía —lamento tener que repetirlo, pero no me queda de otra— estropearon la voluntad verista, casi documental, y nos adentran en cuatro o cinco «casas» cuyas paredes, puertas, ventanas y muebles proclaman a gritos la artificialidad de un set pedestre, mal iluminado, insulso, donde los actores se mueven mal, incómodos, entre un espacio que resulta ajeno, impersonal, y una utilería que apenas alcanza alguna utilidad dramática.
Pero para qué emborronar cuartillas, como reza el socorrido lugar común. ¿Cuántas veces hemos escuchado, a través de la misma televisión, las justificaciones del mucho amor y los escasos recursos con que se ponen en escena nuestros dramatizados? Al parecer se nos sugiere, entre líneas, que no existe manera alguna de mejorar aquí y pulir allá, de fomentar la inteligencia por un lado y alimentar la sentimentalidad y los valores estéticos por ese mismo lado.
Pienso que la teleserie en cuestión es un verdadero hallazgo en cuanto a construcción dramatúrgica, sobre todo por el engranaje de una multitud de personajes imbricados en un espacio común, y en un tiempo que adelanta o retrocede de una a otra temática. Y esa osadía merece aplauso.
Quede claro que muy pocas de nuestras teleseries, quitando las propuestas de Rudy Mora, han probado tamaños riesgos y experimentaciones en cuanto a la construcción de situaciones y personajes. Muy pocas veces la teleserie cubana de horario estelar le ha conferido tan notables oportunidades de brillo a los intérpretes consagrados, en igualdad de condiciones con la oportunidad de crecimiento para los noveles. Y el esfuerzo en cuanto a la estructura de la narración, y en la interpretación, se ha visto lastrado por los inconvenientes de una imagen vieja, rígida, anodina, y por diálogos que no siempre consiguieron dejar atrás el fantasma del antecedente radial; aquí se asoma ese decirlo todo, todo, todo, imprescindible cuando el oído es el único sentido puesto en juego, pero cacofónico y aburridor en un producto audiovisual.
Sin embargo, a los lectores impacientes, esos que se leen la crítica buscando ansiosos el juicio, el signo, el veredicto final que el crítico debiera ofrecer sin enmarañarse en explicaciones o matices, no los demoro más, y les cuento que sí, efectivamente, a mí me ha gustado Desarraigo, porque me parece valiente en términos temáticos, digna si se tiene en cuenta el nivel muy elemental adoptado por estos espacios, y seria, porque se ha permitido trabajar a mediana distancia del lugar común y lo predecible.
También es cierto que no la he disfrutado tanto como la primera o la segunda temporada, porque simplemente esta parte de la serie movilizó otras regiones de mi sensibilidad, y un diverso nivel de preocupaciones e inquietudes. Además, apenas me parece improcedente la comparación cuando desde el principio quedó bien sentado que cada temporada atendería un universo de temas y personajes bastante distintos.
A propósito del asunto dominante y el título de cada temporada, si Soledad le venía como anillo al dedo a cualquiera de los tres momentos, el desarraigo me parece un tema lejanamente relacionado con las problemáticas de estas tres familias y demás personajes interesados, pues en el fondo se está hablando mucho más de abandono de las obligaciones paternales y maternales, y de los múltiples traumas que implica la más antinatural de las desidias. Independientemente de que el tema central nos parezca el abandono más que el desarraigo, o la soledad por encima del amor triunfante, nadie —ni siquiera mi amiga Teresa, quien me dice que no le gusta la serie porque está harta de ver en televisión lo mismo que se encuentra en la calle todos los días— podrá negar la vista fina del guionista, y de los directores, para atrapar el rostro verdadero y la fina palpitación de personajes, familias, barrios, ciudades… a veces de manera cruda, a veces hasta chocante, pero siempre de una franqueza habilitada para exorcizar las hipocresías.
Según el guionista Freddy Domínguez, arquitecto fundamental de las tres temporadas integrantes de Bajo el mismo sol, «el desarraigo está dado tanto desde el punto de vista del éxodo voluntario, como del impuesto, en personajes que no olvidan sus raíces y anhelan reencontrarlas. Pero en todos los casos el tema está tratado desde la perspectiva de la familia y de la necesidad de tomar conciencia sobre la importancia de esta en el desarrollo del ser humano y de la sociedad, en el sentido más general». A veces los personajes intentan reencontrar su origen extraviado, como en El derecho de nacer, pero con más certeza intentan esclarecer las causas de la negación, descubrir la fuerza que impulsó a los progenitores a incumplir sus sagrados deberes. Y en ese descubrimiento late la intriga, el suspenso y el conflicto dominante de esta tercera temporada.
Ahorita apuntábamos las actuaciones entre los renglones de mérito. Pero en esta entrega los desniveles han sido notorios. Si fuéramos de casa en casa, el panorama sería el siguiente, según mi falible parecer. Idalmis García se creció en franqueza y emoción ante el reto de interpretar a la madre en crisis por la minusvalía mental del hijo pequeño. A Ariana Álvarez le sale bien lo más difícil, es decir, los momentos de interiorización y desgarramiento, pero deriva, sin necesidad alguna, al pintoresquismo sainetero y a la sobreactuación desencaminada. Supongo que la joven actriz se vio mal dirigida y apenas la vimos recibir la necesaria retroalimentación de su «abuela» y de su «madre», personajes interpretados desde la exterioridad y lo obvio.
Vimos superarse a Alejandro Cuervo, a quien le costó trabajo enfrentar desde la naturalidad el estilo superenfático de Amada Morado en el papel de la resentida y sufrida Rosa. Jorge Ferdecaz, Yaremis Pérez y Alina Rodríguez se mantuvieron discretos y ajustados todo el tiempo, sobre todo los dos primeros, y en cuanto a una de las mejores actrices que tiene este país me niego a seguir la traza de comentarios exageradamente negativos que he escuchado y leído. No me parece justo. No lo es. Y por tanto me callo. Que tire piedras quien nunca se haya equivocado.
En México, uno de los países otrora líderes en la producción de melodramas cinematográficos, y ahora en la punta de la producción de telenovelas lacrimógenas y enajenantes, hay teóricos que impulsan el concepto de las series de entretenimiento con beneficio social —conocidas también como «telenovelas pro desarrollo»— a partir de que tales obras respondan a necesidades urgentes de información sobre aspectos sociales, éticos, políticos o de conducta sexual. Bajo el mismo sol clasifica cumplidamente entre las obras audiovisuales capaces de rendir diezmo al entretenimiento, el interés dramático y la capacidad de auscultar el entorno con el más abierto y delicado de los sensores.
«No sé cuánto me perdí, cuánto puedo hallar», dice el último verso de la hermosa canción tema. Tampoco puedo decir cuánto se perdieron los muchos profesionales talentosos comprometidos con la causa de dotar al país de teleseries dignas como esta, pero queda claro que en el camino de las elecciones dejaron muchas, muchas huellas de gran valor y trascendencia. Aquí solo enumeré unas cuantas.
TOMADO DE JUVENTUD REBELDE
http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2012-02-25/desarraigo-abandono-y-vista-final/
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